Creo que el autobús ni siquiera se había
puesto en marcha cuando ya estábamos los dos dormidos. Ni el hambre nos podía mantener despiertos. Teníamos
una hora, o poco más, para dormir antes de llegar a Sigmaringen y bien que la
aprovechamos. De hecho, hasta te extrañaste cuando llegamos al final del trayecto y comprobaste que mi cara estaba hinchada. Empezaste a hacerme cosquillas diciéndome que era una dormilona y yo te lo negaba, pero la cara ahora resulta también que es el espejo del "¡no veas que siesta!"
A eso de las dos de la tarde estábamos
sentados en un banco a orillas del Danubio comiendo un bocadillo que habíamos
comprado un par de horas antes en Donaueshingen, hablando y mirando, o más bien
admirando, la arquitectura del pueblo. Un pueblo de unos 16 mil habitantes
emplazado en lo alto de un peñasco en el extremo de uno de los numerosos valles
del Danubio y vigilado desde el emplazamiento más alto del pueblo por un
castillo de la edad media.
“El pueblo entero parece de cuento”
pienso mientras paseamos por sus calles buscando una cafetería donde poder
tomarnos, más bien tomarme yo, el café que con tanta insistencia y exigencia te
he pedido. Y justo antes de decidirnos por uno pasamos por delante de la
iglesia. “La kirche”, te digo mientras río, para después añadirte que no me
mires así. (Imagina cual es tu cara…). Creo que los dos pensamos en lo mismo y
nos reímos, al menos por dentro aunque en el exterior solo reflejásemos una
sonrisa, al entrar en esta austera iglesia que en su interior se convertía en
el extremo opuesto. Sí, al leer la pequeña historia en un folleto de la entrada
descubrimos que esta sería la primera de las muchas veces que veríamos, leeríamos o escucharíamos eso del estilo rococó. O como tú lo rebautizas el "recargaorococó",
No podemos estar mucho tiempo más
aquí. Nos espera otro autobús y otra hora de camino para llegar a la primera
ciudad del recorrido. En un día dos pueblos, no nos ha quedado otra. Son tan
pequeños que ni sabíamos si habría algún lugar en el que pasar una noche así
que, para no arriesgar, pillamos el último autobús del día. Dormiremos en otro
sitio y mañana, como se dice, “será otro día”
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